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La lectura: factoría de inteligencia

El pasado 17 de noviembre tuvo lugar en Madrid, en el Auditorio del Ministerio de Cultura,  el IV Encuentro de Bibliotecas y Municipio.

Está disponible para su descarga el documento con las Actas de este encuentro (pdf de 72 páginas; 6’76 Mbs).

Recojemos aquí parte del texto de la intervención de Antonio Basanta, que se encargó de la ponencia inaugural. Esperamos que os guste.

(…) Hace años, tuve la oportunidad de visitar una exposición que, sobre el cerebro humano, se celebraba en el maravilloso Museo de Ciencias Naturales de Londres, en ese coqueto y señorial barrio de Kensington, tan de Peter y de Wendy…

En la sala que cerraba dicha muestra, y a gran tamaño, se mostraba la reproducción de un cerebro humano. Sobre él, un conjunto de focos iluminaban las zonas que cerebralmente entraban en actividad según uno desempeñara cada una de las tareas que, perfectamente ordenadas, se registraban en un panel adosado a una de las paredes del recinto. Delante de cada una de las acciones propuestas había un botón de color que, al pulsarse, hacía que los focos que sobrevolaban la reproducción de aquel cerebro, iluminasen tal o cual zona cerebral de las cincuenta y seis que, de manera exacta, lo componían.

Comencé a desvelar el juego. Y así comprobé que, al escuchar música, más de veinte de las zonas propuestas, entraban en luminosa actividad. Cinco tan sólo eran las que se encendían —ilustrativa imagen— cuando contemplábamos un programa de televisión (¿Será por ello que en televisión una flor no huele nunca? ¿O que el más suculento programa sobre cocina jamás es capaz de generarnos el menor apetito?)

Por unos instantes dudé en pulsar el botón que, a medio camino de las actividades propuestas, señalaba lectura. Pero al fi nal, como casi siempre en mi vida, pudo en mí más la curiosidad y, con cierto temor, lo presioné.

El espectáculo que entonces presencié aún me conmueve. La totalidad de los focos se encendieron, iniciando a su vez un febril parpadeo, queriendo mostrar así que en ese preciso momento, en el instante mismo de leer, todo nuestro cerebro entra en ebullición.

Y es que en la lectura, claro que las fl ores huelen, exhalando hasta la más sutil y delicada fragancia. Y las comidas apetecen, como aquellas inolvidables meriendas repletas de mermelada de jengibre, de pastel de carne y gaseosa que los Jorge, Jack, Dolly y Lucy paladeaban en los relatos de Enid Blyton, aquellos que me iniciaron como lector y que llevo prendidos en el rincón más luminoso de mi memoria.

La lectura, así pues, como factoría de inteligencia, como herramienta de fitness cerebral es imbatible. Como lo son también la experiencia directa de las cosas, el juego creativo, el diálogo interior. O la relación comunicativa, social, tangible y real con nuestros semejantes.

Y la prueba más irrefutable de que todo nuestro cerebro se activa al leer, es que, cuando leemos, en su sentido más profundo, exclusivamente podemos hacer eso, leer. Necesitamos de todas nuestras potencias cerebrales para que la lectura cobre vida. Cedemos nuestra voz a los personajes (esa voz que sólo nosotros identificamos como propia, tan ajena a la que podemos escucharnos en cualquier grabación). Nuestros colores, nuestro tacto, nuestro gusto, nuestro olfato. Cedemos nuestra memoria, nuestros recuerdos. También nuestros sueños. Necesitamos de cuanto conservamos, y de cuanto somos capaces de anticipar, para la feliz conexión lectora. Todo un ejercicio de fusión, de mutua entrega, tan parecido al amor, del que surge la lectura, al cabo, nuestra propia y entrañable humanidad. (…)

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